Violencia e injusticia. Hacerlas visibles y trabajar en ellas.

     A unos meses del inicio de la invasión de Rusia sobre Ucrania y en el contexto de otros múltiples actos de violencia que continuamente ocurren en el mundo, vale la pena recordar las palabras con que Kurt Vonnegut describió su libro Matadero cinco La cruzada de los niños «…es tan corto, confuso y discordante, porque de una masacre no se puede decir nada inteligente. Se supone que todos están muertos y que ya no van a decir ni a querer nada. Se supone que todo está muy silencioso después de una masacre, y siempre es así…»

La novela está basada en las experiencias del autor en la Segunda Guerra Mundial, fue hecho prisionero, de ello narra su travesía, atrocidades (vistas y experimentadas), pero sobre todo, su llegada a Dresde; ahí se encontraba la noche en que morirían ciento treinta mil personas debido al bombardeo realizado por la Fuerza Aérea Británica y la del Ejército de los Estados Unidos.

Kurt describe lo terrible de la guerra, tanto el sufrimiento causado por el nazismo como la destrucción provocada por el bombardeo de los aliados. «Estando prisionero, me he iluminado utilizando velas fabricadas con la grasa de seres humanos que habían sido asesinados por los hermanos y los padres de esas muchachas [refugiadas alemanas de Breslau que habían llegado a Dresde] que han sido abrasadas [por el fuego del bombardeo]».

Efectivamente, no se puede decir nada inteligente, pero sí se puede hablar de la violencia, rechazarla categóricamente y pugnar por la justicia. Las naciones deben condenar firmemente una invasión, una dictadura, un mal gobierno; decirlo con todas sus letras y actuar con decisión para exponerlo y contenerlo. Si queremos un mundo sin violencia no se logrará con evitar la mirada del abusador, ni pidiendo al débil que no provoque al fuerte, ni volteando la mirada cuando vemos una injusticia.

Platón, en La República narra la historia de Giges. Era un pastor al servicio del que entonces reinaba en Lidia. En cierta ocasión, después de un temblor, el suelo se resquebrajó y se produjo una gran abertura junto al lugar donde apacentaba su rebaño. Descendió y entre otras maravillas encontró un anillo de oro. Poco después, Giges acudió a una reunión con los pastores para hacer como de costumbre su relación mensual del ganado a su rey, allí giró casualmente el engarce del anillo hacia la parte cóncava de su mano y en seguida quedó invisible, se hablaba de él como si se hubiese marchado. Cuando observó eso, volvió a intentarlo para ver si el anillo tenía ciertamente ese poder, se convenció que al poner hacia dentro el engarce llegaba a ser invisible, y hacia afuera, visible. Al tener ese convencimiento, se hizo poner entre los que iban como comisionados ante el rey. Una vez que llegó al palacio, sedujo a la reina y con su ayuda acometió y mató al rey y se hizo con el poder.

Por otro lado, el filósofo griego expone las cuatro virtudes de un Estado perfecto. La prudencia, para la toma de decisiones; el valor, para defender las convicciones; la templanza, para moderar las pasiones; y la justicia, que aparece cuando se dan las anteriores.

Tal vez si usamos estas virtudes como personas, como ciudades y como naciones, hablaríamos menos de ese tema del que no se puede decir nada inteligente. Es decir, pensar con claridad, analizar cada escenario, ponderar las consecuencias, mesurar las pasiones y entonces, actuar con entereza, visiblemente, no como lo hizo Giges.

El violento y el injusto buscarán girar el anillo, pero esta vez un anillo representado por el anonimato de las redes, por la corrupción, por el silencio del débil, por el bullicio que causa el exceso de información, por la maldad solapada.

Un primer paso es trabajar en nosotros mismos, como individuos y como naciones. Evitar ser injustos, evitar ser violentos y buscar que se eliminen los anillos de Giges. «Es ridículo no intentar evitar tu propia maldad, lo cual es posible, y en cambio pretender evitar la de los demás, que es imposible» Marco Aurelio

Send this to a friend