Las plañideras eran mujeres que cobraban por llorar en los ritos funerarios. Sin duda, hoy vemos a un presidente al que su labor principal por las mañanas, en televisión nacional, es llorar amargamente, ya sea por el país que le dejaron las administraciones anteriores, por las críticas que recibe de la prensa y de los líderes de opinión, por la oposición que no lo deja gobernar, por las élites que agravian al pueblo, por las investigaciones periodísticas realizadas con mala intención, y una gran lista de etcéteras.
Esa estrategia le permite justificar la falta de resultados; realzar su figura (de mártir); encrespar los ánimos de la gente que no está de acuerdo con su gobierno; y causar compasión entre sus simpatizantes. Las plañideras provocaban, por imitación, el llanto en los deudos, de la misma forma que el mandatario logra que sus seguidores repliquen las mismas quejas y, en el mismo tono, sientan animadversión por lo que él critica. Las plañideras hacían parecer que la persona era muy relevante o muy querida y ese es el efecto que el titular del ejecutivo federal genera a base de reiterar cada mañana su «sufrimiento».
Ahora bien, las críticas son parte del plan, dan pie a su estilo defensivo. Los adversarios, detractores u opositores son indispensables para que la estrategia funcione; y esto es importante tenerlo claro, porque la crítica no es la vía, no lo hará cambiar de parecer ni desviarse de sus planes.
Lo criticaron hasta el cansancio por cancelar el aeropuerto de Texcoco para construir el de Santa Lucía y eso no le impidió continuar la faena hasta conseguir su «mal llamada» inauguración. Se le ha criticado por la corrupción de sus familiares y simplemente la minimizó llamándola «aportaciones voluntarias», creó confusión en los hechos de la casa gris, al decir «al parecer la señora tiene dinero» entre otras evasivas. Lo mismo ha pasado con la refinería de dos bocas, el tren maya, la militarización del país, los abrazos a la delincuencia, el desprecio a las víctimas, entre muchas más. La crítica no ha conseguido que se mueva un ápice de sus ideas.
¿Qué más se puede decir de las atrocidades que causa el crimen organizado, cuando el jefe del Estado mexicano presume las ventajas de que una sola organización delictiva impere en una entidad? ¿Qué argumento queda para defender el estado de derecho, cuando ha dicho no me vengan con ese cuento de que la ley es la ley? Ese ejercicio no pretende ganar un debate intelectual, mucho menos uno moral, la finalidad es simple, estancar las discusiones, provocar un marasmo social y difuminar la capacidad de enfoque.
Pero el enemigo del presidente no son los demás, los «demás» son un todo que él ha moldeado, un mazacote uniforme que representa lo anterior, un sistema que se probó y no funcionó; el peligro, es que ese sistema es la democracia. Ese es el enemigo a vencer, la democracia en México, porque la democracia está concebida para la alternancia.
La Hojarasca de Gabriel García Márquez, narra la historia de un personaje extraño que ha muerto y de un viejo coronel retirado que está empeñado en cumplir la promesa de enterrarlo, frente a la oposición de todo el pueblo. Esta historia, contada en el entorno de una hojarasca que se formó con los rastrojos de una guerra civil que todo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte.
El discurso de las mañaneras aprovecha la hojarasca que han dejado diversos personajes y partidos políticos a lo largo de muchos años para inducir al hastío, a la idea de que no existen opciones bajo ese régimen anterior. Pero de ninguna manera es una lucha para librar al pueblo de esa contaminación, el pueblo –seguidores y adversarios–, es solo un medio para mantener el poder.
Las plañideras se contrataban por quienes deseaban dar mayor realce a la persona que había fallecido; las mañaneras se contrataron sin querer, es decir, ya venían en el paquete y, permanecerán hasta que concluya el sexenio; ojalá que eso ayude para que pronto podamos asegurarnos de llorar nuestras propias penas, superar el pasado y continuar; para no tener que contratar a quien llore por nosotros.