Desdeñar: tratar con desdén a alguien o algo. Hoy en día se ha puesto de moda desdeñar el significado y alcance de las palabras. Se pretende relativizar cada suceso, es decir, incorporar distractores que atenúen sus efectos, para crear, en el imaginario colectivo, una falsa percepción de tranquilidad, hacer parecer que todo está bajo control. De esta manera, el Gobierno Federal ha llegado al punto de decir «no es falso pero no es verdadero» esta frase que pareciera de chunga y que lo es, persigue el propósito de hacer sentir que lo sustancial es relativo.
Democracia y pueblo son dos vocablos de enorme trascendencia en la actualidad, por ello, son parte de ese foco. Democracia: sistema político en el que, el poder reside en el pueblo. Pueblo: conjunto de habitantes de un país. Por más de tres años, se ha usado la voz pueblo hasta el cansancio, pero no con el alcance del total de habitantes, más bien, en un sentido mucho más estrecho, al grado que ese «pueblo» ya solamente está representado por menos de un 17% de los votantes, incluidos unos cuantos bots. La democracia no se ha salvado del desgaste, ha sido blanco de múltiples ataques, pero ante la fortaleza de un instituto nacional autónomo, por el momento, esos embates han sido inocuos.
La intención de relativizar la opinión del pueblo, esto es, restarle relevancia, difuminarla, para que solo persista el sentir que le favorece, ha sido un deseo constante de don Andrés; aunque, se le ha ido de las manos, él habría querido que desde el inicio del sexenio –con la contundencia de un chasquido de thanos– el criterio de la población fuera el que él dictara y que los que no simpatizaran, simplemente se hubieran desvanecido.
Bajo esa misma tesitura, se ha encargado de infamar a la democracia, colocarla en la palestra –ese lugar en el que antiguamente se lidiaba o se luchaba– para mostrarla como el enemigo a vencer. De eso trata la iniciativa de reforma electoral presentada hace unos días a la Cámara de Diputados; pero a estas alturas, ya se reveló que sin mayoría calificada, la iniciativa llegó inerme a la justa. No sobra recordar la frase de Winston Churchill «la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado». Vale la pena defenderla.
La salud pública es otro rubro que ha sido tristemente menospreciado; inició con una promesa –aun irrisible– de contar con un servicio de primer mundo y nos topamos con pared ante la falta de medicamentos y un colapsado Insabi. Para colmo, hace unos días escuchamos el lamentable anuncio del encargado de la pandemia, con el que da cuenta de su calamitoso manejo; el subsecretario reiteró que nunca fue obligatorio el uso del cubrebocas, por ello, no podía declarar el fin de su obligatoriedad. Así, en la misma oración reconoció que su utilización sí fue imprescindible, esto es, el cubrebocas fue un instrumento del que no se podía prescindir; en otros términos, no tomó la decisión que salvaría vidas, hacer su uso obligatorio. Lo absurdo es que se vanaglorie de esa omisión.
Corrupción y austeridad son banderas que constantemente se han querido enarbolar, pero hoy están cubiertas por bolsas de papel «piodegradables», sumergidas en una alberca de 23 metros, escondidas en más de 100 vehículos o dentro de 23 casas. Aun así, en la gastada perorata, los vocablos siguen apareciendo un día sí y el otro también.
Existen otras palabras a las que se pretende corromper, como son seguridad, traición, patria, etcétera. Lo que realmente importa es que, si todos terminamos usándolas solo por usarlas, sin otorgarles el peso que merecen, se terminará por dejarlas encasilladas en ese discurso manido, en el que constantemente se deterioran. Seguir ese juego, es como ir al cine todos los días a ver titanic con la ilusión de que un día Jack se suba a la puerta y se salve. Seamos serios.
«Si no queremos que nos engañen, debemos ocuparnos de ello nosotros mismos» Carl Sagan